Debo admitir que me costó varios días no sólo encontrar las palabras sino el sentido de la intervención que generosamente me encargaron en esta fecha tan importante para quienes estamos acá y por supuesto para mi. Como de costumbre cuando tengo esta dificultad, recuerdo el consejo de un pragmático amigo de la facultad que me dijo “no busques ser original, siempre alguien ya habrá dicho lo mismo que tu y mejor… seguramente un chino” agregó. Pero como mis conocimientos de la cultura oriental son paupérrimos, busqué entre mis escritores favoritos. Hurgando, encontré este texto de mi ídolo personal, Albert Camus, quien en una de sus novelas escribe algo que quiero compartirles:
Y es usted capaz de morir por una idea, esto está claro. Bueno: estoy harto de la gente que muere por una idea. Yo no creo en el heroísmo: sé que eso es muy fácil, y he llegado a convencerme de que en el fondo es criminal. Lo que me interesa es que uno viva y muera por lo que ama.
Rieux había escuchado a Rambert con atención. Sin dejar de mirarle, le dijo con dulzura:
-El hombre no es una idea, Rambert.
Quise leerles este pasaje porque creo que refleja lo que más admiro de mi abuelo. El siglo XX, del cual mi abuelo fue testigo y protagonista, es probablemente el siglo en el que se estuvo dispuesto a morir por ideas, más lamentable aún, también se estuvo dispuesto a matar por ellas. Ese ideal tan noble, las ideas, mostraron una cruenta cara que ocultaba lo que había detrás de ellas: hombres y mujeres. Mi abuelo arriesgó su vida en varias ocasiones ¿Fue acaso por una idea? Me atrevería a decir que no. Si el mundo entero estaba dividido ¿Cómo se puede explicar que un hombre pueda ser activamente opositor a un gobierno y luego condenar enérgicamente su derrocamiento? ¿Cómo puede un hombre arriesgar su vida durante una dictadura militar para asilar a hombres y mujeres militantes de partidos políticos que lo habían insultado y vejado en el pasado? ¿Cómo se defiende ya en democracia a presos que habían participado en atentados violentos que él tanto condenaba? ¿Se puede ser un hombre coherente después de todo aquello? Sí. Mi abuelo lo demostró. Se puede cuando se tiene a la vista no las ideas que dividen a los hombres, sino la dignidad que todos ellos comparten.
Me podrá decir alguno de uds que la dignidad humana es también una idea. Permítanme discrepar. Lo hermoso de las ideas es que admiten ser negadas y en esta relación, que llamamos diálogo o debate, aprendemos a entendernos y vivir juntos. La dignidad humana no puede ser una idea porque no podemos admitir que sea negada. Ese es, creo yo, el testimonio de mi abuelo. Cuando hemos sostenido largas conversaciones, en más de una ocasión ud me ha dicho, con una mezcla de honestidad pero a la vez orgullo, algo así como “yo nunca fui un hombre de teorías” o “yo no me metí en aquellos grandes debates filosóficos de mi tiempo”. En aquel tono de orgullo, quizás involuntario, se aloja también esta convicción: no importan los principios filosóficos a los que se adhiera, el compromiso con la dignidad humana es más sencilla y a la vez más grande. Para contar otra anécdota, me quedó grabado para siempre alguna vez en que yo, entusiasta estudiante de derecho, quise provocar una conversación sobre Derechos Humanos, tema en el que sabía, como es de público conocimiento, que mi abuelo era algo así como un experto. Pero ud me contestó, sin recordar sus exactas palabras, “yo no aprendí lo que eran los Derechos Humanos en la Facultad, lo aprendí cuando hice el servicio militar”. Esa suerte de pachotada, como quien dice “a mi esto me lo enseño la vida, no los libros”, me recuerda la misma idea: luchar por los valores más altos de la humanidad es algo que está al alcance del más sencillo de sus habitantes.
Pero si me alejo ya de los relatos históricos y les cuento lo que a mi me ha tocado observar, les puedo decir que hasta en la más privada de las instancias mi abuelo demuestra el mismo compromiso. Ya sea con las responsabilidades públicas o en la intimidad de la familia, siempre habrá un desventajado que valorará sino arriesgar la vida, sí el cariño con el que vemos a mi abuelo comprometerse. Todos nosotros, y me refiero en particular a mi primos hermanos, hemos sido testigos del trato cariñoso y atento, con que ud trata a mi primo Raimundo, a quien la naturaleza le puso enfrente dificultades que al resto de nosotros no. Y ese cariño saca a flote también lo mejor de lo nuestro. Como el caso del propio Raimundo que memorizó cuanto bache y desnivel existe entre el departamento en el bosque y el café en amapolas para que mi abuelo pueda recorrerlo sin sus dificultades. Y así, creo que poco arriesgo si afirmo que a todos nosotros nos ha tocado ser destinatarios de tan calurosa atención.
Antes de terminar, creo que para compensar este breve relato apologético, no es posible homenajear a mi abuelo sin hacerlo a mi abuela y no cometer una injusticia, o peor aún, un informe ideológicamente falso, como está de moda decir. Así también quisiera dedicar estas palabras a ud abuelita, que para todos es evidente su talante de roble sin el cual tal vez el abuelo hubiese flaqueado de voluntad, espíritu o esperanza, que como sabemos son males que no discriminan ni al más entero de los mortales.
Finalmente y ahora sí para terminar, quisiera transmitir un mensaje optimista que genuinamente alojo especialmente para ud, abuelo. En tiempos donde el país se asoma a observar el ocaso de su ética política -que sin sesgos ideológico ni partisanos, que como la mayoría de uds debe saber yo profeso, creo no obstante que nos afecta a todos- hoy hay miles de jóvenes de todas las tendencias y visiones, unas antiguas y conocidas, otras nuevas y propias de un siglo aún en minoría de edad, que están decididos a hacer de la vocación pública un compromiso de vida. La televisión y los diarios nos muestran de forma celosa o tendenciosa, según los intereses que quieran beneficiar, pero soy testigo que todos los días en todas las regiones del país, en todos los liceos y colegios, universidades e institutos técnicos, los jóvenes están discutiendo el futuro de nuestro país, aprendiendo de errores y aciertos -seguramente siendo más los primeros- pero por sobre todo aprendiendo a dialogar, a formarse convicciones que resistan a los intereses particulares, a respetar las diferencias como un riqueza y no un obstáculo. Soy un convencido de que los jóvenes de hoy estamos forjando las herramientas con las que mañana tendremos que hacernos cargo del país. En esta difícil tarea, suelo preguntarle a dirigentes estudiantiles de todas las tendencias, gremialistas, liberales, social cristianos, socialistas y comunistas, a quiénes tienen de referencia hoy en la política nacional activa. Lamentablemente en la honestidad y complicidad dirigencial de la conversación privada, todos me confiesan que creyendo tener paternidad determinada, se sienten huérfanos de patria potestad, es decir -para los que no están para leguleyadas- de un referente de edad a quien admirar. Ante este fervor desorientado, me siento completamente aventajado por sí tener a alguien a quien admirar y seguir tan cerca, a mi propio abuelo.