Nueva alternativa política para una nueva Constitución

Las movilizaciones sociales sociales han permitido que volvamos a discutir el estado de nuestra democracia en general. Uno de estos temas, quizás el más ambicioso, es el de una nueva Constitución. No obstante, limitar la discusión constitucional al procedimiento lamentablemente ha empobrecido la discusión. En vez de debatir sobre democracia, mercado o derechos sociales, abordamos con lupa los quórum, cabildos ciudadanos y la educación cívica. Este camino limita la discusión a las organizaciones políticas, politólogos y juristas, alejando aún más a la sociedad. Se asfixia el debate y se socava la posibilidad de una nueva Constitución, pues sin sociedad no existe un nuevo orden constitucional democrático.

Debiésemos discutir sobre el orden constitucional actual, es decir, el sistema jurídico e institucional que compone la forma del Estado y a través del cual se realiza una visión de sociedad, no meramente la letra de un texto. Lejos de ser una abstracción, una Constitución es la realización concreta y la aspiración a futuro de un orden. En Chile, ese orden constitucional es autoritario en lo político, conservador en lo cultural y extremadamente mercantilizado en lo económico y social.

Una nueva Constitución debiera significar terminar con esta transición que parece infinita, lo cual implica cambiar también el orden político que la ha sostenido. Las injusticias derivadas de la actual forma de Estado no son responsabilidad exclusiva de la dictadura, pues los gobiernos siguientes han profundizado sus lógicas. Las luchas por derechos sociales, en especial las que han protagonizado los estudiantes, son en ese sentido también constituyentes.

Entonces, cuando se limita la discusión al procedimiento se realiza una primera devaluación de la cuestión constitucional. Pero cuando además el Gobierno evade tomar posición -salvo al parecer en el CEP-, incluso ante el procedimiento, se realiza una segunda devaluación. No sólo debatiremos exclusivamente el cómo, además lo haremos sin una toma de posición de La Moneda.

Con lo que se conoce, la propuesta del Gobierno es disminuir el quórum de aprobación del procedimiento de 2/3 de los parlamentarios a 3/5, dejando al próximo Parlamento un mandato no vinculante. Esta intrincada propuesta ha sido recibida con escepticismo por los partidos, lo que contrasta con la evidente incapacidad política del Gobierno. Se refleja así la poca convicción de éste en su propia propuesta, una alerta para quienes bregamos por un proceso constituyente democrático.

La Nueva Mayoría no logró ser alternativa política para una transformación constitucional. Al igual que con la educación, su ambigüedad termina minando las posibilidades mismas de una nueva Carta Magna. La alternativa para constitucionalizar la superación del Estado subsidiario y transitar hacia uno social y democrático sólo será posible articularla con independencia de La Moneda. Seguir colaborando en aquellas reformas que edifiquen derechos sociales y al mismo tiempo construir una alternativa política capaz de lograr el objetivo principal: un nuevo orden constitucional.

Columna escrita en conjunto con Andrés Fielbaum para el diario La Tercera, publicada el 26 de octubre de 2015.

La inmortalidad de Pinochet

Calígula. – A la muerte, hombre. Has dado tu vida por la mía. Ya me siento mejor. Ni siquiera tengo ese horrible gusto a sangre en la boca. Me has curado. ¿Estás contento, Casio, de poder dar tu vida por otro, cuando ese otro se llama Calígula? Ya estoy de nuevo dispuesto a todas las fiestas.

Calígula.

Hoy es el aniversario de la muerte de Pinochet.

Kundera en un libro se pregunta qué habrán pensado los inmortales los años antes de morir. Qué habrá pensado Goethe la década antes de morir longevo, cuando ya toda Europa estaba a su pies. Qué habrá sentido Hemingway al tener la certeza que sus 3 esposas e hija vivirían el resto de sus vidas contando el horrible ser humano que era cuando vivió. De Goethe sabemos que se relajó y disfrutó su inmortalidad. De Hemingway, que se suicidó.

De Pinochet sabemos que literalmente se hizo el loco. Algunos creyeron que la indignidad de hacerse pasar por loco era suficiente para acabar con su sombra. Estaban equivocados. No importa cuánto se escriba sobre lo ignorante y troglodita que era, su infame traición y mero oportunismo que lo puso en el poder, la conciencia dolosa que tuvo del exterminio y la tortura como política de Estado. Pinochet es, hasta ahora, inmortal. Nuestras vidas están marcadas por su presencia. Por eso se hizo el loco, porque ya no importaba, porque nadie recuerda que Goethe se relajó al final de su vida ni de lo que toda persona que tuvo contacto con Hemingway escribió.

Haberlo juzgado tal vez habría tenido un efecto contra su inmortalidad. Todo aquel que ha tenido alguna experiencia con el sistema judicial conoce la infinita capacidad de banalización que este tiene. La relación amorosa más importante de su vida se está destruyendo? Que pase el contador; Necesita recuperar su casa para poder vivir? Sabe, en febrero no trabajamos, vuelva en marzo. Habría sido bonito escuchar al juez decirle a Pinochet “identifíquese el imputado, nombre completo, rut y domicilio”, “hable más fuerte por favor, para el registro”, “nos tomaremos unos minutos para que el imputado pueda ir al baño”. Pero eso es sólo soñar.

Ojalá la historia juzgue a los culpables de no haberlo juzgado.